Tele Programación







No hace mucho, cada serie tenía su momento. Las computadoras personales, empezaban a tener su espacio y poco a poco iban relacionandose entre ellas. No hace mucho, jugábamos al teléfono con dos envases de yogurt.

Torturados nos tenían los programadores cuando unos cuantos, esperábamos poder disfrutar otro capítulo de Doctor en Alaska (Northern Exposure). Fue y es, una serie sublime que fue maltratada. En ocasiones, pese a ser anunciada, nos la cambiaban y ponían un parche cualquiera. Era una pequeña tragedia, que no podíamos ni denunciar abiertamente. Eso si, había momentazos, en los que no te lo esparabas y la daban. Recuerdo la alegría callada de esos instantes en que seguía latiendo el capítulo, ya tarde, a altas horas, mientras la ciudad soñaba. 

El verano de antes era un espacio de tiempo largo, caluroso y con eternos ratos para hacer de todo. La tele acompañaba, pero estaba llena de basura también. Nosotros teníamos nuestros momentos, el de El Coche Fantastico (Knight Rider) o El Halcón Callejero (Street Hawk) o El Equipo A (The A-Team). Eran minutos diurnos, donde en un camping, atrincherados en sillitas de plástico, compartías con amigos las peripecias de tus héroes, donde los autos y las armas, pasaban después a convertirse en bicicletas y piedras. Soleadas series que repetían una y otra vez y que han sido como tatuajes audiovisuales, para toda una generación. 

Nunca un domingo, tuvo tanto sabor a domingo, como cuando después de correr y sudar al aire libre, volvías a casa y empezaba a sonar la cancioncilla de la serie A cor obert (St. Elsewhere). Una de las series que recuerdo ver acabar y que concluyó de una manera sorprendente e imaginativa. Finalizado el capítulo, quedaban pocas horas para ir a dormir.

Los mediodías entre semana, comías con risas enlatadas. Humor encapsulado serbido con el puré y la carne rebozada. Casí sin ver mucho el plato y en mitad de interminables comerciales, transcurrían los capítulos de El Principe de Bel-Air (The Fresh Prince of Bel-Air), Salvados por la campana (Saved by the bell), Cosas de Casa (Family Matters). Chicos americanos y sus problemas en sus megacasas y sus megacolegios. Nuestra realidad era más pequeñita, pero igual esas historias se integraban en nuestra realidad como el pan que había en la mesa.

Uno tiene la sensación que antes al volver de la escuela, entre el momento de llegar a casa, merendar y probar de hacer los deberes, el tiempo era como un chicle que se estiraba y estiraba hasta adquirir una elasticidad que nunca más volvería a tener. Podías así estar, unas buenas horas delante del televisor y aunque quizás en algún momento, alguien te dijera algo, no había prisa y además era lo que habitualmente los niños se suponía que teniamos que hacer y, por suerte, gozábamos de una buena programación para disfrutar y hacerlo. Con especial cariño conserbo en el recuerdo, esas series que veías tras un vaso de leche y tirado en el sofá. Fantasia y aventura a raudales, con Simon&Simon, el Dr. Who (con Tom Baker i Sara Jane), El Cuentacuentos (The Storyteller) o Buck Rogers (Buck Rogers in the 25th Century). Cargadas las pilas con tanto contenido ficcional bueno, no faltaban argumentos para continuar imaginando y jugar.

Cuando cada serie tenía su momento, poco a poco se fueron sumando canales, empezabas a pelearte por el mando a distancia, no le llamabamos tonta a la tele, era una caja donde sus contenidos no parecían apestar tanto.

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