Paisajes sonoros. Lo que ven nuestros oídos (*)
<<
Una grabación no es una actividad completa (…) sino una reducción, una
miniaturización que gracias a nuestra experiencia musical nos permite
imaginarnos dentro del acto musical completo >> (Jaume Ayats)
<<
El paisaje sonoro es cualquier campo acústico que pueda ser estudiado como un
texto y que se construya por el conjunto de sonidos de un lugar en específico
>> (Murray Shafer)
Entre los fragmentos del pasado que hasta
nuestros días han llegado y que algunos laboriosamente intentan recomponer,
para poder así entrever lo que algún día pasó, para poder intuïr lo que alguien
imaginó, para poder comprender lo que otros pensaron, encontramos pedazos de
rocas con organismos incrustados, grafías e íconos graffiteados en muros
custodiados por momias que sabían leerlas, imágenes pintadas en vasijas, en
pergaminos o lienzos con imaginarios que nos miran que nos il·lustran como
iluminaba antes la luz los campos, de que colores eran los antiguos ropajes,
como se peinaban las damas o como bailaban en las fiestas campestres las gentes
que entonces poblaron pueblos y ciudades.
Ningún ruido, nos viene de ahí. Ni un rumor,
entre papeles o polvo. Miles de años transcurridos, con sus voces, sus sonidos
naturales, sus ritmos, su caos sonoro y de los cuales solo queda silencio.
Fósiles con músicas inaudibles, se intuyen en la decoración de vasijas griegas,
donde vemos a músicos soplar el aulós. También vemos y no oímos, las carcajadas,
el ladrar del perro, el roncar de los hombres haciendo la siesta en el campo,
la brisa moviendo las ramas, en todas esas obras que mudas y ordenadas pueblan
bastas pinacotecas. Es por contagio de esa mutilación sonora que quizás
callamos, como en el interior de una biblioteca, cuando traspasamos las puertas
de un museo. Las obras aguardan mudas.
Varios siglos hemos tardado en corregir esa
ausencia. Y durante todos estos años, han sido múltiples los esfuerzos por
intentar atrapar ese arte que una vez fue divino y que poco a poco el hombre se
apoderó. Para eso, se ideó una notación que permitía traducir ese vocabulario
sonoro en algo que pudiera ser interpretado. Era la primera pieza de algo que
ya cambiaria la misma música para siempre, era el s.IX. Las venideras
ocurrencias que parecen responder también a esa inquietud de las personas por
querer atrapar los buenos momentos, en este caso musicales, más allá de sus
propios corazones, y así poder ser transmitidos de generación en generación,
tendrán que ver con los cambios tecnológicos que como la imprenta permitieron
democratizar la música, a la vez que convertirla en un objeto, casi intangible
en estos momentos de mp3. Así y como me comentaba hace unos días Fabio Suárez –músico, productor y
editor discográfico. Miembro del Sello FAN.discos - fueron las cajitas de música las encargadas primero de recoger y luego
reproducir melodías estimadas. En su estela, aparecerían otros mecanismos como
las pianolas o los organillos que permitían llevarse las fiestas a cualquier
parte de manera más económica. Antesala de la llegada de fonógrafos y
gramófonos, máquinas que convertirían la música, en industria y a su consumo
musical en popular. Se podría decir entonces que con la llegada de todos estos
inventos, en el s.XIX empezó un fenómeno que cambiaria la manera de consumir la
música: la música sin músicos y el espectáculo en diferido. También y en paralelo,
nacerá la posibilidad de atrapar otra melodía, esta no compuesta, sino que
azarosa y resultado del latir de los días. Algunos estudiosos tienden a
denominar a este palpitar invisible: paisaje
sonoro. Este siempre exisitió, ahora puede ser guardado y re-oído.
Parecería que recitamos un poema surrealista si
decimos que con un teléfono podemos ahora guardar las palabras y que con el
mismo aparato conseguimos reproducir melodías, algunas incluso, de músicos que
ya no viven. Ecos enlatados, notas pasadas habitando un presente. Sí, parecería
que los sueños dalinianos se han convertido en realidad. Pero, lo cierto es que
se quedaron cortos. Cada vez la tecnología permite, más fácilmente, atrapar el
huidizo panorama ambiental sonoro, a la postre que nos ayuda a conocer más
nuestros mundos y nos permite asomarnos desde otras perspectivas hacia
universos lejanos. Sonika, por
ejemplo, es el nombre de una recientemente creada aplicación para Iphones y
Ipads que permite capturar imágenes a la vez que añadimos en ellas sonidos que
las complementan.
Podríamos decir también, ante estos nuevos
movimientos tecnológicos que para el historiador o el antropólogo se
incrementan las herramientas para conocer el panorama que habitamos, como nos
comenta Julian Woodside: << El
historiador tiene en las expresiones sonoras un campo poco explorado pero útil
para comprender el intercambio simbólico y cultural de la comunidad >>. Y
para las personas en general se nos permite no solo ambientar nuestros paseos
con voces, sonidos o melodías escogidas a la carta, para rediseñar paisajes
basados en nuestros estados de ánimo, sino que también nos permiten lo que la
teoría de la relatividad ya avanzaba, que los viajes en el tiempo y el espacio
son posibles, no gracias a la luz, esta vez, sino gracias al sonido.
En el primer cuarto del s.XXI son varias las
iniciativas que juegan con estas magdalenas sonoras que como en la novela de
Proust, evocan y disparan la imaginación hacia parajes reales e imaginarios,
propios o ajenos.
Postales Sonoras, es el proyecto
–reseñado en la revista Al Oído 1-
que está llevando a cabo Fernando Boto
en Buenos Aires y que consiste en ejercitar con los alumnos de las escuelas la
escucha activa de su entorno, para así pasar a capturarlo y poder llegar a
diseñar, con la colaboración de más centros, un Mapa Sonoro de Buenos Aires. Proceso, como hemos indicado,
altamente pedagógico, si pensamos que el sonido puede ser una sutil manera de
reflexionar sobre nuestro presente y nuestras comunidades.
Llama la atención pensar que previo al registro
sonoro, fue el registro de la imagen. Actualmente, con un solo clic, podemos
acceder a una imagen satelital de la terraza de nuestro edificio. El ojo ya se
puede posar casi en todos los secretos. Para suplir este déficit de sonoridades
registradas, surgen acá y allá cartografías sonoras de múltiples lugares. Véase
sino el proyecto Escoitar.org,
fundamentado en la idea que
<< la cultura es una construcción social dinámica y relatar/registrar su
tiempo real es otro de los objetivos del proyecto. El patrimonio sonoro de un
lugar debería ser consensuado por sus habitantes, es por ello que Escoitar.org facilita una herramienta
que puede ayudar a materializar este tipo de actitud >>, siendo la punta
del iceberg de múltiples proyectos similares que alrededor del mundo han ido
apareciendo y que construyen poco a poco un calidoscopio de sensaciones sonoras
de uso abierto y fácil acceso. Se encuentra uno entonces, navegando y buceando
en sonoridades distantes cuando visita lugares como Soundtransit, que a modo de plan de vuelo, plantea, por ejemplo,
recorridos a través del globo, escuchando ruidos y voces.
Y de un paseo virtual a uno real, complementado
por las indicaciones o las sonoridades que previo registro, pasan a
describirnos lugares, historias vividas o anécdotas curiosas. Ya lo veníamos
viendo en los museos o centros expositivos a modo de audio guías. Ahora el
campo de acción de estás compañías sonoras, se amplía y viaja a la calle donde
mediante los llamados paseos sonoros,
hay quien ha encontrado una manera de lucrarse, a la vez que invita a descubrir
mediante recorridos temáticos, anegdotas, secretos, historias, de esos lugares
que si nadie nos lo explicara, permanecerían ocultos o no señalados. Soundwalk propone en este sentido
“proveer un exclusivo y poético descubrimiento de una ciudad” convirtiéndonos
en auténticos flaneurs
contemporáneos.
La aparición de estas propuestas, facilitada
por herramientas tecnológicas cada vez más capaces de almacenar todo tipo de
registros audiovisuales y sonoros, abren puertas a posibilidades de comunicación
e interpretación del entorno, imaginables en un pasado, pero impracticables
entonces. Así es como ahora, mientras desciframos un pasado mudo, construimos
un presente donde el que camina se viste con perfumes sonoros, recordando
pasados con el estimulo de aquello que se rumorea en una emisora, a la vez que
captura complejas melodías azarosas para explicar su realidad a través de sus ricos
sonidos.
(*) Este texto también puede encontrarse en: leedor.
(*) Este texto también puede encontrarse en: leedor.
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